AUSENCIA DE PIEL
PH: Leticia Fernández Fontecha
Cada día nuestro cuerpo está en contacto con otros cuerpos.
Desde el momento que nos despertamos hasta que nos dormimos el cuerpo recibe
estímulos, sensaciones, percibe olores, temperaturas, sabores, texturas, en una
mezcla de información que viene de otros cuerpos.
La primera experiencia del yo es corporal, nos dice Freud,
el gran padre del psicoanálisis. Ese cuerpo que somos también se va
construyendo como un todo organizado en el vínculo con un otro que
necesariamente tiene que estar ahí para que el ser humano sobreviva. Si la
experiencia sucede sin mayores traumas que los del propio desarrollo, será ese
otro quien con sus manos y su propio cuerpo, irá tocando, uniendo, generando
sensaciones de totalidad y ayudando a crear el mundo en el que vivimos.
El contacto físico con los demás, el movimiento y la
expresión del cuerpo, son lo que nos hacen vivenciar la vida como una
experiencia deseada. Podríamos pensar incluso que son lo que nos hace humanos.
Sin la percepción de ese cuerpo y la imagen que introyecta, no hay percepción
de un ser en el mundo, de estar y habitar esa compleja realidad que
compartimos.
En este período obligado de cuarentena, donde un nuevo virus
acecha, el contacto entre los cuerpos se ve limitado. El sentir de las pieles,
los músculos, las respiraciones, el registro de la temperatura, los olores, los
sabores, el peso, los apoyos, el movimiento, el sonido, el pulso. Lo que se
percibe en el contacto físico entre las personas cuando circulamos por los
diferentes espacios de nuestra cotidianeidad se ve repentinamente interrumpido,
puesto en pausa, detenido. Se acabaron los cruces en la calle, en el subte, en
el colectivo, compartir el espacio público, las plazas, los parques. Tenemos
que salir lo mínimo e indispensable, cubrirnos la cara, mantenernos separados
de los otros cuerpos, limitarnos a miradas fugaces y charlas en la distancia.
¿Qué nos pasa entonces cuando no podemos tocarnos, cuando
nuestros cuerpos tienen que permanecer aislados, distantes, lejos de este
necesario intercambio? ¿Qué pasa cuando
no es posible el encuentro en vivo, no hay apretones de manos, besos,
abrazos? ¿Qué nos sucede internamente
cuando no somos tocados, besados, estimulados desde estas múltiples sensaciones
que se producen en contacto con los demás? ¿Y cómo afecta esto en nuestro
psiquismo? ¿Habrá alguna memoria corporal de aquellos cuerpos constituyentes y
alojadores, existirá una forma posible de dar corporeidad a la ausencia?
Estamos en un momento de pausa, tal vez de replanteamiento
humano, frente a la posibilidad de repensarnos en nuestras prácticas, en las
formas de vivir y organizarnos.
La naturaleza dijo basta. Basta de extraer sin medida ni
cuidado, basta del egoísmo consumista de un sistema individualista que solo
piensa en apoderarse de todo sin mirar al de al lado, a los demás seres vivos
que habitan el planeta. Basta de depredar.
Quizás también pueda ser un momento para observar cómo este
aislamiento obligado por la pandemia nos pone frente a nuestras formas de
habitar el mundo, de percibir nuestra
corporalidad, los deseos que surgen del cuerpo presente, sintiente, deseante,
del cuerpo que añora y necesita de la relación con los demás para subsistir.
Con los animales, que ahora salen a ocupar los espacios que dejamos, con el
medio ambiente entero, que ahora respira un poco aliviado. Los demás son ese vínculo
que llega de la mano solidaria que alimenta, cura, aloja, abraza. Las manos de
los otros, las manos de la red hecha de todos los cuerpos que somos.
¿Estamos frente a un cambio de paradigma?
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