La obra expresa sin palabras
la situación de una familia de inmigrantes, exiliados, refugiados. Podríamos pensar también, que es la situación de aquellos
seres humanos que son empujados a migrar por la insensatez de las guerras económicas, la
avaricia desenfrenada de un mundo gobernado por la explotación indiferente de
todo lo existente.
En un planeta que va hacia su propia destrucción, una
pequeña familia errante lucha por su integridad, así como la vida resiste por su
supervivencia.
En un espacio pequeño, apenas
unos muebles delatan una habitación de paso, un ambiente que emula el
hacinamiento, donde una cucheta o unas sillitas de mimbre, cumplen las funciones
de ser todos los muebles. Allí están colgadas las pocas pertenencias que
tienen.
El tiempo pasa a la busca de
ganarse el pan, esquivando una ley que no los protege, huyendo como
delincuentes en una realidad donde la clandestinidad es casi una forma de
resistencia.
La música en escena acompaña
emocionalmente el desarrollo del relato. Suenan dos guitarras, una luz muy
tenue alumbra. En ese universo que la obra toca, hay muchas bellas situaciones con
la luz, donde un seguidor da protagonismo a cada mundo interno, al intento de
desplegar una madeja de sentimientos que atraviesan la esperanza, el hastío, el
miedo, el abandono, el deseo de vivir, el aguante, la entereza.
Así vemos la sutileza de gestos
mínimos que sintetizan tanto, como el lustrar los zapatos viejos con saliva
para sacarles brillo.
El refugiado es un invisible
que parece habitar un lugar otro, ser ajeno, extranjero, exiliado, inmigrante,
clandestino, pobre. Y cuya lengua incomprensible suena como un mapa a
decodificar.
Pero más allá de la figura
casi romántica que puede surgir de este universo escenificado con precisión
desde el movimiento, la luz y la música, la obra está poniendo el foco en la injusticia
de la persecución, de la soledad, del desamparo de una mayoría que habita el
margen del mundo mientras otra parte lo mira desde las pantallas, ajena al
sufrir de los demás.
La propuesta de Catalina
Briski despliega ese mundo poniendo en escena, como guinda para el público, una
danza combativa, una danza anarquista, una danza de reyerta. María Kuhmichel
encarna esta lucha física con todo el potencial de un cuerpo que se transforma
en campo de batalla, en gallo de riña, en revolución.
Un cuerpo que encarna una
visión de mundo, una posición concreta.
La del arte como política de
resistencia.
Qué: El refugio de los
invisibles
Quién: Idea y dirección: Catalina
Briski.- Actuación: Mariela Bonilla, Ramiro Cortez, Manuel Fanego, María
Kuhmichel.- Vestuario y escenografía: Estefanía Bonessa.- Diseño de luces: Paula
Fraga.- Video, fotografía y diseño gráfico: Paola Evelina Gallarato.- Música: Tomas
Melillo.- Asistencia general: Kevin Litvin.- Prensa: Noralia Savio.- Producción:
Puja Producciones, Casandra Velázquez.- Agradecimientos: Centro Cultural
Borges, Espacio Sísmico, Teatro Caliban, Liliana Cepeda, Inés Maas, Marie
Pascal, Jean Paul, Mauro Podesta.-
Dónde: TEATRO DEL PERRO Bonpland
800
Cuándo: Viernes
- 23:30 hs - Hasta el 29/06/2018