La
pieza que dirigen Gustavo Lesgart y Carlos Casella (intérpretes, creadores y amigos) surge de la idea de los coreógrafos de
realizar una puesta escénica donde se produciera una sumatoria de intérpretes que
partiera de un individuo para llegar a la totalidad, y una vez allí fuera restando hasta quedar
nuevamente uno solo en escena.
Sobre la imagen que genera esta idea surge la
figura del zeppelin. Un tipo de aerostato dirigible usado en la guerra antes de que se desarrollaran las primeras aeronaves.
Sin tener ninguna relación visible ni explícita con la guerra o la aviación, la puesta
expone desde el principio una especie de construcción en masa, una disposición
de los bailarines que se organiza de forma colectiva. Los dibujos que conforman
en el espacio escénico parecen funcionar a modo de engranaje donde cada uno es
imprescindible y posibilita el movimiento de todos.
Si
esta composición grupal se observa desde una perspectiva de política del
movimiento, el trasfondo ideológico de la figura en construcción puede
apreciarse como una propuesta más que interesante de labor colectiva y social.
Un trabajo que muestra coreográficamente la posibilidad de creación en
conjunto.
Además,
hay en la composición un contacto físico importante, una cercanía entre los
cuerpos que da cuenta de un compromiso tanto individual como grupal. Donde hombro a hombro, con el apoyo de
todos y la coordinación ajustada de cada uno, se arma la totalidad de la figura
coreográfica. Donde el bailarín es impulsado y sostenido por el grupo a la vez
que impulsa y sostiene al resto.
La
imagen que se desprende de esta especie de estructura molecular bien puede
funcionar como metáfora de una estructura social (más allá de la intención de
los directores o los intérpretes).
Esta
primera parte de la coreografía comienza con un solo bailarín al que se van
sumando los demás. No hay mujeres aún en la escena, con lo que a la metáfora
anterior bien pueden sumársele otras connotaciones. Pero más allá de cualquier
especulación, la propuesta es dinámica.
Cuando la
mujer aparece en la escena, lo hace para romper este juego masculino. Situación
acentuada también por el contrastante vestuario de color frente a los tonos
grises de los hombres. Ya desde
el color hay una oposición muy fuerte entre lo femenino colorido y lo masculino
gris. ¿Qué quiere decir esto desde el punto de vista cromático?
Luego
del choque que se produce con la primera mujer, y su danza entrelazada con los hombres, comienza a surgir todo el
restante grupo femenino.
El
encuentro entre ambos grupos se da como un enfrentamiento, donde van y vienen, se juntan y danzan, pero no parece producirse
un encuentro real sin colisiones. Más bien, se arma un vaivén de pequeñas
explosiones, como chispas que saltaran en su roce.
Las
mujeres no realizan ninguna coreografía grupal de contacto como hicieran los
hombres antes. Ellas se deslizan, desfilan, flotan coquetas. Quizás ellas sí, metáforas del volar.
Ellas
son color y seducción. Acentuada esta última con escenas donde parecen
enloquecer por el deseo erótico de posesión de un zepelin.
La
propuesta es a nivel de imaginario ‘psi’ muy fálica. Por otro lado, puede resultar casi
misógina por donde coloca a la mujer, a no ser por cierta exageración en el actuar femenino que podría
llegar a hacerla ver como irónica. Y así pensar su actuar como si fuera una parodia del lugar social que la
mujer suele (o solía) ocupar. Pero en sus comportamientos escénicos se ve como un ser histérico cuya forma de moverse, además, es
individual. No hay enlace molecular entre ellas que en la puesta parecen
conformar un desfile elegante de mujeres solas.
Siguiendo el punto de vista 'psi', el
zeppelin aparece en la escena como una obviedad fálica (que también podría
leerse desde la parodia, como no). Por lo que bien podría pensarse como la completud escenográfica de una obra
falocéntrica.
La
forma del zeppelin de la escenografía, irrumpe desde el fondo como una luna
llena que asomara tímida para posteriormente develarse. Lo que queda a la vista
es apenas la punta del zeppelin.
La
pieza tiene mucho jugo para elucubrar, atar o desatar cabos sueltos en la mente
de uno, fluir con el movimiento y deleitarse, reírse y disfrutar de la danza.
Y
para coronar la propuesta, está el broche de oro que es el sonido. El otro 50 %
de esta creación. Con
la música de Diego Vainer que es maravillosa, uno termina por subirse al viaje
de este volador dirigible.
Qué:
Zeppelin
Quién:
Coreografía: Carlos Casella y Gustavo Lesgart.-Ballet Contemporáneo del Teatro
San Martín.- Música original: Diego Vainer.- Vestuario: Pablo Ramírez.- Escenografía: Mariano Sivak
Dónde:
Teatro San Martín Avda. Corrientes 1530
Cuándo:
jueves a las 14, viernes y sábados a las 20.30, domingos a las 17.