La obra se plantea una pregunta sobre la muerte y lo manifiesta, en principio, mediante entrevistas a distintas personas proyectadas en una pantalla. Las imágenes aparecen y desaparecen fundidas sobre el blanco de fondo como si se tratara de una luz que obnubilara y cubriera todo, (¿la luz al final del túnel?). Allí se pueden oír diversas especulaciones sobre la existencia de algo más allá de la muerte así como preguntas acerca de adónde va lo que es uno cuando uno ya no está, o planteos sobre la muerte como algo distinto de una imagen, no material.
Entre cuestiones prácticas del hecho en sí, se oye decir que la vista es el primer sentido que se pierde al morir y la voz es lo primero que se olvida de un muerto.
Hasta este momento de la propuesta el espectador ha podido inmiscuirse en el tema e incluso ahondar en sus propios interrogantes al respecto. Puede producir angustia, risa, empatía, incomodidad. Depende del ser en cuestión y su percepción del mundo.
Luego se pone en movimiento la escena a través de diferentes intervenciones de los intérpretes que recorren la danza, el teatro, la música, el video y el juego deportivo. Hay un ‘combate’ de sonidos guturales, un hombre que parece extraterrestre o robot, una danza juguetona, un picadito de fútbol. Al terminar cada una de estas partes -algunas nombradas como Dueto A o Dueto B, por ejemplo- los intérpretes que han permanecido sentados realizan una especie de reflexión sobre el hacer que se repite varias veces al finalizar la escena anterior. Allí surgen preguntas como ¿cuánto tiempo le tomó, cualquiera puede hacerlo, se identificó con lo visto? etc. Al plantearlo ellos mismos, se le da una vuelta a lo que podría pensar el público en relación con aquello que ve y que es realizado sin aparentemente ninguna técnica o saber específico, y a su vez se manifiesta implícitamente el cuestionamiento sobre el lugar del artista o las especificidades del arte.
Entre todas las escenas (cuyo vínculo con la pregunta de la obra quedan a la imaginación de cada cual) hay una donde los hombres se agarran uno a otro y hacen fila esperando su turno para agarrar al que está parado al frente mientras detrás un cronómetro muestra el tiempo que corre (¿metáfora?) para concluir con la imagen de uno de ellos con una luz roja en el corazón que titila y luego se apaga.
Entonces se retorna a la muerte mediante una proyección de textos en la pantalla con lo que piensa cada uno de ellos de cómo va a morir. Pero no se queda en este dramatismo sobre la existencia, sino que nuevamente se incorporan escenas de danza, deporte, música en vivo, hasta que la heroína se aleja montada en un mágico caballo hacia el confín del mundo.
Entre estos variados momentos se arma el todo. Una manera de construir de muchas de las obras de esta era postmoderna y neo barroca. A través de la unión de fragmentos cuya ligazón está dada a veces por un tema, a veces porque sí, a veces por ideas buenas que parecen quedar inconexas. El público recibe fragmentos, es salpicado por ocurrencias o pensamientos, quizás donde se asoma una punta de algo prometedor si se ahondara un poco más. Pero finalmente pareciera que hay que aceptar esta construcción de mundos poéticos donde la poesía anida en la imaginación de uno imposibilitada quizás de ser compartida grupalmente con el otro.
Qué: Adónde van los muertos (lado B)