miércoles, 17 de julio de 2019

LA TRAMPA DEL PARAÍSO PERDIDO



El término paraíso proviene del persa pairi-daéso, que significa “un jardín o huerto cercado por un muro”; en el griego profano denomina aquellos jardines que rodeaban los sepulcros, y en el Génesis, refiere al lugar de felicidad que el hombre ha perdido. Si unimos esto, podríamos pensar al paraíso como un espacio feliz vinculado con el inicio pero también con el final, una denominación de aquella zona a la vez temporal, que albergaría el origen y el destino.
Aquí llegamos para aludir a un lugar ideal, no ubicable en la realidad mundana, que el ser humano estaría anhelando durante la duración de su existencia, y al que desearía regresar.
Paneles plateados, frutas en el suelo y una parcela de una especie de pasto artificial en un rincón, bastan para emular cierta construcción de aquel paraíso bíblico.
Allí, una mujer, apenas cubierta en algunas partes de su cuerpo, como una muñeca robot, cuya estética y movimientos recuerdan a la replicante de Blade Runner. La vemos caminar con movimientos entrecortados, articulados. Hay algo de animal que se conjuga con lo robótico, como si se tratara de un clon extraño que mezclara genes con cibernética.
Se oyen latidos que parecen del corazón de un bebe, también gritos, un sonido ambiente, acuoso, uterino.
La mujer se multiplica, se reproduce, como un caleidoscopio de sí misma, en tres gracias de venus. Las diosas del hechizo, la alegría y la belleza, las encargadas mitológicas de que reine el placer.
Pero aquí el placer sensual de los movimientos de las intérpretes se tensiona con las sacudidas casi vibratorias, que conjugan el tic nervioso con la lentitud. 
Son tres seres vestidos con tiras negras que lucen cierta estética sado, al estilo bondage, con zapatos de taco bien alto donde se juega la inestabilidad a la par de lo deforme, pero teñido de erotismo.
La monstruosidad está presente en una producción donde el trío se equilibra poniendo a Eros y Tánatos en las manos de la danza. La gestualidad señala espacios de arriba y abajo, como si marcaran lugares posibles ¿para estar, para ser, el espacio adónde ir?
A tientas buscan dónde es el lugar, como si la danza recordara esa imposibilidad de regresar al tan añorado origen. Así se ven estas figuras vagando, entre la luz y la sombra, entre el infierno y el paraíso, entre la ficción, la realidad y lo real, en un fade out que las silencia.
Bailando la danza de la vida.
Bailando en la trampa para no caer (en ella).

Qué: La trampa del paraíso perdido
Quién: Intérpretes: Popi Cabrera, Malena Giaquinta, Rhea Volij.- Vestuario: Silvia Zavaglia.- Escenografía: Sandra Iurcovich.- Iluminación: Matías Sendón.- Maquillaje: Silvia Zavaglia.- Música: Patricio Diego Suárez.- Diseño gráfico: El Sike.- Asistencia de dirección y Asistencia general: Rocío Celeste Reyna.- Coreografía y Dirección: Patricio Diego Suárez, Rhea Volij.-  Producción: Carlota Berzal.-  Prensa: Simkin & Franco.- Duración: 48 minutos
Dónde: CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACIÓN Corrientes 1543 Teléfonos: 5077-8000 int 8313    Web: http://www.centrocultural.coop
Cuándo: Jueves - 20:30 hs - Hasta el 18/07/2019




lunes, 1 de julio de 2019

LA IRA DE LAS SIRENAS



En un espacio que parece en ruinas  hay dos seres sentades de espaldas en el suelo y en pose, cual majas desnudas. Realizan movimientos lentos con la misma parsimonia como si estuvieran bajo el agua, en un ralentí fílmico o flotando en la inmensidad del espacio. Como si el aire fuera denso, como si tuvieran que atravesar mercurio, generan un mundo paralelo de seducción y destrucción.
Estos seres, similares a personajes subacuáticos, se podrían identificar con unas sirenas si los vinculamos directamente con el título de la obra.
Las sirenas no tienen buena prensa en la mitología. Figuras que engañan a los marineros con su canto para luego arrastrarlos a las profundidades marinas, mitad humanas, mitad pez. E incluso, se lee por ahí que poseían alas que les fueron arrancadas al perder uno de esos concursos divinos del panteón griego.
En el presente post industrial, estas sirenas están llenas de ira. Lo expresan tanto con la actitud corporal como con la gestualidad exagerada del rostro.
Sus movimientos desprenden cierta deformidad que se ve acrecentada entre las sombras sostenidas y las luces titilantes. Danzan su mundo en un ambiente sórdido que podría ser el fondo del océano, un frigorífico o un depósito, donde el verdín mohoso de las paredes multiplica las sombras en paralelismos corporales.
La música acompaña, en un in crescendo, esa especie de estado mental en el que los dos intérpretes sumergen al espectador. Yendo del clima noise, hacia las melodías más suaves que contrastan con la gestualidad extrañada de los cuerpos.
La deformidad corporal aparece también en el juego con el vestuario, donde quitarse la ropa puede emular una transformación, una transmutación, un cambio de naturaleza. Como un rito de pasaje, salirse de una piel para ser otra.
¿Ser sirena iracunda implicaría la rebelión de un ser incomprendido y menospreciado que ahora se alza estirando los límites de su propio espacio vital?
Que la experiencia en el convivio de la escena cierre o sostenga la pregunta.

Qué: La ira de las sirenas
Quién: Autoría y dirección: María Kuhmichel.- Intérpretes: Federice Moreno Vieyra, Matias Rebossio.- Vestuario: Soynanasoy.- Diseño de luces: Omar Possemato.- Música original: Pablo Bursztyn.- Fotografía: Paola Evelina.- Diseño gráfico: Julieta Vela.- Asistencia de dirección: Florencia.- Agradecimientos: Magali del Hoyo, Martín Gil.-