Toda propuesta que uno va a ver arranca con el
título. Enunciado que rotula lo que se
va a presentar y cuya motivación es como una llamada a participar. Este promete
una permisión: ‘se puede borrar’. Premisa que deja margen al error, a la prueba,
al ensayo, y se abre a la compleja
multiplicidad de la vida.
En escena hay varias personas de espaldas. Está
todo el equipo presente. Al enfrentar al público anotan en un cartel su nombre
y luego el lugar que ocupan dentro de la propuesta creativa: sonido,
iluminación, asistencia. De esta manera se da inicio al juego que seguirá en
exploración durante toda la pieza. Un ir entre la afirmación y el borramiento,
entre la presencia y la ausencia. Pero, ¿se puede borrar la identidad? En todo
caso, ¿qué es lo que identifica o señala
un nombre propio? ¿Es lo mismo un cartel, una etiqueta, que un nombre? ¿Qué
nombra?
Cuando se suma la música a la creación iniciada,
intérpretes y sonido danzan juntos sin supeditarse uno al otro. Se producen
entre ellos arreglos e intercambio que desjerarquizan. Como si uno dijera que
cualquiera de ellos se puede borrar.
Borrar para volver a escribir. Borrón y cuenta
nueva (aunque nunca se vuelve a cero), tachadura y prueba otra vez.
Entre estos carteles que nombran se genera una
especie de desubjetivación. Cada uno es un objeto con un rótulo que lo
identifica. Es común o propio. Es una, alguna, demasiados, muchos. Es hija,
hermana, prima, hijastra. Es pendiente, usada, húmeda, monotemática, vaga.
Palabras que nombran, catalogan, encierran, pero
también otorgan sentido.
¿Quién soy? ¿Soy alguien, soy nadie? Esta
palabra escrita en la piel otorga un sentido también. Esta designación podría
ser una forma de preguntarse si el nombrar da entidad o si solamente tiene que
ver con buscar una imagen, una forma que no puede ser nombrada o que no quiere
ser nombrada para evitar el encasillamiento que la limite y le corte las alas
de la multiplicidad sensorial de la forma.
Imagen: el cuerpo cubierto con papelitos que se
prolongan hasta formar unos caminos en el suelo. Ella se sacude.
Una canción: lobo suelto, lobo sin collar….
Una performance de danza que vive en el vértice
donde el pensamiento baila a la par que el cuerpo, en el lugar que limita lo
concreto con lo abstracto, lo interior con lo exterior.
En esa búsqueda por ser un colectivo humano que
borra las individualidades a la vez que las afirma, las cuatro intérpretes
deambulan como animales que luchan por dominar la manada. ¿Quieren todas ser
única o todas ser una como un lema mosquetero?
En el espacio que habita en medio, en ese lugar
donde confluyen el devenir exterior y el interior, en la superficie cutánea ¿qué
se puede borrar y qué es para siempre? ¿Qué se puede diluir y qué es
imborrable? La estela que deja un cuerpo que danza ¿permanece?
“Siempre que toco un cuerpo hay piel. Siempre
que doy un paso, hay suelo”.
Cuando el planteo excede el movimiento de la
danza pero se adentra en el del pensamiento. Cuando lleva a la reflexión sobre
los cuerpos como seres sociales, culturales, y los interpela ¿es una obra
política?
En esta propuesta se crea una poética política
donde la presencia de los cuerpos en movimiento pregunta al espectador sobre su
propia condición, su configuración, su finitud y su pensamiento. ¿Se puede borrar lo que uno hace?
Qué: Se puede borrar
Quién: Idea y dirección general: Fabiana
Capriotti.- Intérpretes: Fabiana Capriotti, Camila Malenchini, Alina Marinelli,
Manuela Sansot.-
Dónde: Centro Cultural de la Cooperación