El Instituto
de Investigación del Departamento de Artes del Movimiento del IUNA (IIDAM)
siempre está atento para ofrecer a todo aquel interesado en el mundo del
movimiento propuestas que lo enriquezcan.
Esta
vez, junto al área de danza del Centro Cultural de la Cooperación , llegó
invitado desde Portugal el coreógrafo y bailarín portugués Francisco Camacho,
quien dio una función de Nuestra señora
de las flores.
Estrenada
en 1993, la obra comparte el título con la primera novela del narrador,
ensayista y dramaturgo francés Jean Genet. La obra fue escrita en prisión y su
temática entrecruza una autobiografía jugosa de homosexualidad, exclusión y
marginalidad.
Por
otro lado, la propuesta del bailarín, es considerada una de las piezas más
destacadas de la danza contemporánea portuguesa.
Para
ubicarse en una perspectiva que permita la crítica hay que tener en claro que esta
pieza de danza fue estrenada hace 20 años. Tampoco es necesario que cada
propuesta que sea mostrada esté impregnada de novedad, algo tan moderno y ya
innecesario en estos tiempos.
La
pieza se referencia con la literatura a partir de la apropiación del coreógrafo
de una novela de la que tomará para sí
aquellos elementos que le hayan resultado inspiradores, aunque más no sea el
título.
Ahora
lo que importa es lo que ofrece la pieza.
En
un espacio semi oscuro se ve una tela blanca apoyada sobre el suelo en un
costado de la sala. Poco a poco entra la luz que ilumina al intérprete
totalmente vestido de blanco y realizando una serie de movimientos pequeños.
Permanece sin moverse, a la vez, del lugar donde se encuentra parado.
La
música que lo acompaña, y con la que se relaciona su danza, alterna entre la sacralidad
y el silencio (que también puede considerarse sagrado). Cantos gregorianos que se apagan para dejar
lugar a un eco en el vacío de la sala.
Por
la estructura lumínica, pareciera que la luz es la guía de los movimientos, la
que ilumina el espacio o señala el recorrido a seguir por el bailarín en el
momento siguiente.
El
bailarín lleva a cabo un proceso de transformación planteada por el cambio de
ropa. Se viste y desviste como si cambiara de hábito. Deja su traje,
culturalmente más masculino, y se pone un vestido.
Su
danza propone una especie de desdoblamiento, como un travestismo que colocara
al cuerpo en un lugar de lucha e incertidumbre. Allí parece suceder un mea culpa, como si el ser no se hallara
en el cuerpo, como si la carne no estuviera a gusto dentro de esas vestiduras,
de esa piel que lo calza.
El
mismo coreógrafo piensa el cuerpo en un punto de inestabilidad, donde lucha por
crear una unidad que no consigue lograr, por lo que el cuerpo siempre se encuentra
fragmentando.
Este
cuerpo múltiple plantea la culpa por la indefinición, por su situación de marginalidad.
Y en la propuesta, este debate roza lo religioso, lo espiritual.
La
pieza es a la vez cristiana y pagana, es un intento de plegaria que ondula
entre el remordimiento y la devoción casi como un fanatismo religioso.
En
la escena hay unas uvas. La sangre de Cristo se filtra en esta imagen donde el
bailarín se encuentra enmarcado por una aureola virginal, blanca, de la luz, y el vestido sotana que lleva puesto.
La
carne esta expuesta y se debate. El cuerpo, la materia de la danza, vibra en
esa batalla pasional y mística de donde brotan sonidos guturales, algo visceral
que no puede explicarse.
En
esta ondulación entre la música y el silencio, donde no importan sus
transiciones más que por la luz y cierta sensación de cambio, el intérprete se
trasviste, se transforma. De su vestido brotan flores como de su ser.
La
búsqueda parece concluir con un intento de integración y súplica, con la
incorporación de todo el vestuario (masculino y femenino, traje y vestido) y el
ofrecimiento de las uvas hacia el cielo, hacia arriba, hacia fuera de la sala.
Una ofrenda que es como una pregunta sin respuesta.
En
ese canto de reflexión y fe, al final el hombre está solo. Sólo con su fe.
En
la imposibilidad de cerrar la pregunta, la imagen metafórica muestra al
intérprete arrastrándose, invirtiendo su cuerpo en un movimiento que no
concluye, que se esfuma con la luz en un fade
out.
Qué:
Nuestra señora de las flores
Quién:
Coreografía e interpretación: Francisco Camacho.- Vestuario: Carlota Lagido.- Iluminación
y dirección técnica: Frank Laubenheimer.- Música: Jordi Savall.- Prensa: Daniel
Franco, Paula Simkin.-
Dónde:
Centro Cultural de la
Cooperación
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