Decir que María Fux da un ejemplo de vida es caer en un lugar simple y común. Cualquiera que viera bailar a una persona de casi 90 años en un escenario pensaría eso. Fueron dos las funciones que brindó la bailarina y danzaterapeuta en el Centro Cultural de la Cooperación (a sala llena el día que asistí). Allí no sólo confirmó que se puede bailar toda la vida, sino además que el arte del movimiento es una vía interesante para salud.
La danzaterapia, disciplina que ha desarrollado María Fux como precursora en Argentina, es una “técnica corporal que interrelaciona arte (danza) y ciencia (psicología) para la atención de problemas de salud y de aprendizaje en un proceso de integración psicofísica” (Graciela Vella[1]).
La expresión de cada ser humano es única. A través de ella se comunican emociones, pensamientos, ideas, imágenes, intercambiando experiencias con los demás y enriqueciendo las propias. Mediante el lenguaje del cuerpo es posible incluso expresar aquello a lo que la palabra no tiene acceso. Lo que no se nombra pero necesita ser dicho, hace síntoma en el cuerpo. De ahí que sea tan importante para la salud la expresión corporal.
A sus 87 años María pone en escena su corporalidad y su experiencia. Dialoga con el infinito en un intento por tocar el tiempo que se fue. Las imágenes con las que juega se extienden más allá de los cuadros proyectados. Son sus propias imágenes marcadas en el cuerpo las que salen al encuentro del imaginario de las obras que la atraviesan en la pantalla. Lo creado se filtra hacia el público que hasta puede llegar a compartir las sensaciones perceptivas de algunas imágenes a las que María les pone sonidos además del cuerpo.
La obra que desarrolla muestra de alguna manera el trabajo que ella realiza en sus clases, donde busca la integración de personas con capacidades diferentes.
Aquí habla del tiempo, de los miedos, del silencio, de lo que no sabemos. Todas cuestiones compartidas por el ser humano y puestas en escena por las imágenes que el movimiento suscita.
La vida es movimiento, fluye como el agua, sin detenerse.
Lo que se mueve está vivo.
María destila plenitud.
[1] Bailarina y danzaterapeuta argentina
La expresión de cada ser humano es única. A través de ella se comunican emociones, pensamientos, ideas, imágenes, intercambiando experiencias con los demás y enriqueciendo las propias. Mediante el lenguaje del cuerpo es posible incluso expresar aquello a lo que la palabra no tiene acceso. Lo que no se nombra pero necesita ser dicho, hace síntoma en el cuerpo. De ahí que sea tan importante para la salud la expresión corporal.
A sus 87 años María pone en escena su corporalidad y su experiencia. Dialoga con el infinito en un intento por tocar el tiempo que se fue. Las imágenes con las que juega se extienden más allá de los cuadros proyectados. Son sus propias imágenes marcadas en el cuerpo las que salen al encuentro del imaginario de las obras que la atraviesan en la pantalla. Lo creado se filtra hacia el público que hasta puede llegar a compartir las sensaciones perceptivas de algunas imágenes a las que María les pone sonidos además del cuerpo.
La obra que desarrolla muestra de alguna manera el trabajo que ella realiza en sus clases, donde busca la integración de personas con capacidades diferentes.
Aquí habla del tiempo, de los miedos, del silencio, de lo que no sabemos. Todas cuestiones compartidas por el ser humano y puestas en escena por las imágenes que el movimiento suscita.
La vida es movimiento, fluye como el agua, sin detenerse.
Lo que se mueve está vivo.
María destila plenitud.
[1] Bailarina y danzaterapeuta argentina
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