La aventura propuesta en esta experiencia tiene la particularidad de que invita transitar en medio de un tráfico humano. Ser parte de y dejarse atravesar por el mismo. Tratar de compartir aquello que circula en, desde, entre, una masa nunca uniforme conformada por un grupo heterogéneo de personas. Ellos son quienes construyen un estado donde la multiplicidad de cuerpos se expresa. Allí se produce el sostenimiento colectivo de un estado no cómodo. Equilibrios frágiles que se buscan en grupo. Pequeñas comunicaciones físicas. Contacto ínfimo, celular. Vibraciones corporales y vibraciones sonoras de la música que mueven la piel.
Mientras esto sucede en
planos tan diversos como el físico, energético, afectivo, psíquico, el público
rodea el espacio escénico y puede circular por él, participando como un
observador activo que elige y decide sobre su punto de vista. Esta especie de
visión en 360 grados permite tener una mayor amplitud de la experiencia además de ubicar al espectador en un rol donde tiene que tomar decisiones acerca de su recorte visual.
El director se encuentra
presente también en esos diversos planos. Observa e interviene desde afuera
acercándose al oído de algunos. No se oye lo que dice, ni si efectivamente dice
alguna palabra, ni se vislumbra claramente si se modifica algo en el receptor. Puede ser un misterio. Puede ser parte de la ficción que se construye.
Entre los bailarines
performers hay sacudidas, retenciones, contención y desborde de energía. Se
modifican entre sí. Se espejan, empatizan, toman los materiales de movimiento
de unos y los transmiten a otros. Se contagian y multiplican como micro
neuronas en plena sinapsis.
La música que se oye es
movilizante, aparece y desaparece generando atmósferas imaginarias que pueden
trasladar al espectador hacia varios presentes paralelos.
Suspensiones del tiempo,
ralentis y aceleraciones compulsivas, producen una temporalidad dilatada. Como si fuera un pasaje a otro estado, un estar siendo en el tiempo presente de la vida, en el aquí y ahora de la existencia, que se traslada hacia un lugar desconocido. Y lo hace en grupo.
Es un laboratorio gigante
donde sucede una especie de saturación de lo humano. Y pese a todo, hay un sostenimiento
colectivo efectivo.
El suelo negro de encastre
se levanta como el asfalto durante una hecatombe. Se mueve, se quiebra, es
despegado por algunos que lo reorganizan, lo ordenan.
Se sobreponen los límites en
estos cuerpos cotidianos que adoptan una actitud extra cotidiana colectiva, que
afrontan desde su corporalidad sensible la embestida de una realidad que
pretende desarmarlos, vaciarlos, desestructurarlos, desideologizarlos.
Pero la sinergia del grupo
propone una mirada que apuesta a la suma de estas singularidades en un mar de
generalidad colectiva, potente, contagiosa, como un tráfico permanente de
vitalidad.
Qué: Estado de tráfico
Quién: Grupo
de investigación compuesto por distintos profesionales (de la danza y otros)
que investigan juntos desde 2013 en lo que fue un taller de entrenamiento
físico, conformando desde 2015 un grupo permanente de experimentación en danza,
con una perspectiva transdisciplinar. Bailarines:
Gisela Baiardo, Cecilia Bazan, Camille Belmont, Luciana Bennardis, Pablo
Clerici, Lia Comaleras, Valentín Córdoba, Pablo Ferraro, Andi García Strauss,
Brenda Gatica, Christian Gonzalez, Amparo González Sola, Pablo Kun Castro,
Emiliano Larea, Mariano López, Paula Pichersky, Flavia Racconto, Francisca
Rivero, Marcela Rovello, Esteban Rubinstein, Marcela Saino Michan, Antonela
Santecchia, Juan Schnitman, Julieta Tarraf, Bernardo Vitta, Mónica Zwaig.- Diálogo
Coreográfico: Claudia Ganquín.- Música: Jorge Haro.- Intervención
Transdisciplinar: Andrea Manso Hofman.- Fotografía: Sebastián Arpesella.- Asesoramiento
de iluminación: Matías Sendón.- Asesoramiento de vestuario: Belén Parra.- Coreografía
y Dirección: Juan Onofri Barbato.-
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