miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA MUERTE Y LA DONCELLA

En un magnífico caserón a la orilla de la Avenida Corrientes se da una cita muy particular llamada Teatro Bombón. Bajo ese título la convocatoria concentra un grupo de obras cortas que uno puede degustar cualquier domingo a la tarde, y que además, van variando para mantenerse siempre frescas.
Allí me encuentro para ver La muerte y la doncella, una pequeña pieza de danza construida con la intención de presentificar un fragmento del pasado de la danza al abordar el ballet Le jeune homme et la mort de Roland Petit. Con libreto de Jean Cocteau, y protagonizado por Nureyev y Barishnikov -entre otros grandes bailarines- relata la historia de un joven que espera a una mujer y al ser rechazado por ésta, se suicida.  
La propuesta en clave femenina dirigida por Laura Figueras y Carla Rímola se sumerge en la temática con otras sutilezas.
En una sala prácticamente vacía se encuentra sola una bailarina -la bella Roxana Galand- cuya actitud denota una clara apatía. No sabemos si está aburrida, triste, melancólica, pero sí puede observarse en cada movimiento suyo cierto desgano.
La bailarina se observa en un espejo que descubre en una pared y desde allí se mueve, como si repasara una coreografía ya sabida y masticada, al ritmo de un tic tac que trae a la mente la cuestión del tiempo (y todos sus devenires).
La vida trascurre en ese vaivén rítmico de metrónomo, en ese ir y venir de la respiración, en el contraer y relajar de un músculo que danza.

Ella pareciera estar desencantada, como si esa vida que pulsa no tuviera más que ofrecerle. Sus movimientos aparentan no tener la mínima energía y recuerdan al neoclasicismo romántico donde las etéreas bailarinas parecen flotar  en zapatillas de punta cuyo esfuerzo se ve delineado en sus músculos, pese a la sensación de liviandad que eso pueda transmitir.
Así danza y se suspende en el aire Roxana, con su mirada nublada por alguna trágica visión invisible para el espectador.
Entonces surge de las sombras otro personaje con el que se establece un diálogo melancólico y poderoso. Es una mujer de la que en un principio no vemos el rostro pero de la que sí se percibe energía de mando.
Entre ellas el vínculo que se crea es desigual, desparejo. De dominadora y dominada, de amo y esclavo sometido. La mujer, con el largo cabello ocultando el rostro, le habla en un lenguaje extraño, desconocido, oscuro. Y la bailarina es captada por su embrujo de una manera hipnótica. 
La muerte se hace presente en la escena y dirige los movimientos de Roxana. Ella danza pero el impulso que la mueve no lucha por librarla de la hora que ha llegado, de un final que no le importa, que le es indiferente. Con la misma apatía del principio, se entrega a la situación, como si fuera un destino tejido hace tiempo por las parcas del Olimpo.

Qué: La muerte y la doncella
Quién: Idea y dirección: Laura Figueiras, Carla Rímola.- Intérpretes: Roxana Galand, Milva Leonardi.- Vestuario: Mooo!, Ester Caselli, Franco La Pietra.- Iluminación: Alfonsina Stivelman.- Espacio escénico: Alicia Leloutre.- Diseño sonoro: Pablo Berenstein.- Música: Johan Sebastian Bach, Franz Schubert.- Fotografía: Mariela Garcia, Claudio Villarreal.-

Dónde: La casona iluminada.-  Corrientes 1979

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