En un magnífico caserón a la orilla de la Avenida
Corrientes se da una cita muy particular llamada Teatro Bombón. Bajo ese título
la convocatoria concentra un grupo de obras cortas que uno puede degustar cualquier
domingo a la tarde, y que además, van variando para mantenerse siempre frescas.
Allí me encuentro para ver La muerte y la doncella, una pequeña pieza de danza construida con
la intención de presentificar un fragmento del pasado de la danza al abordar el
ballet Le jeune homme et la mort de
Roland Petit. Con libreto de Jean Cocteau, y protagonizado por Nureyev y
Barishnikov -entre otros grandes bailarines- relata la historia de un joven que
espera a una mujer y al ser rechazado por ésta, se suicida.
La propuesta en clave femenina dirigida por Laura
Figueras y Carla Rímola se sumerge en la temática con otras sutilezas.
En una sala prácticamente vacía se encuentra sola una
bailarina -la bella Roxana Galand- cuya actitud denota una clara apatía. No
sabemos si está aburrida, triste, melancólica, pero sí puede observarse en cada
movimiento suyo cierto desgano.
La bailarina se observa en un espejo que descubre en una
pared y desde allí se mueve, como si repasara una coreografía ya sabida y
masticada, al ritmo de un tic tac que trae a la mente la cuestión del tiempo (y
todos sus devenires).
La vida trascurre en ese vaivén rítmico de metrónomo, en
ese ir y venir de la respiración, en el contraer y relajar de un músculo que
danza.
Ella pareciera estar desencantada, como si esa vida que
pulsa no tuviera más que ofrecerle. Sus movimientos aparentan no tener la mínima
energía y recuerdan al neoclasicismo romántico donde las etéreas bailarinas
parecen flotar en zapatillas de punta cuyo
esfuerzo se ve delineado en sus músculos, pese a la sensación de liviandad que
eso pueda transmitir.
Así danza y se suspende en el aire Roxana, con su mirada
nublada por alguna trágica visión invisible para el espectador.
Entonces surge de las sombras otro personaje con el que
se establece un diálogo melancólico y poderoso. Es una mujer de la que en un
principio no vemos el rostro pero de la que sí se percibe energía de mando.
Entre ellas el vínculo que se crea es desigual, desparejo.
De dominadora y dominada, de amo y esclavo sometido. La mujer, con el largo
cabello ocultando el rostro, le habla en un lenguaje extraño, desconocido,
oscuro. Y la bailarina es captada por su embrujo de una manera hipnótica.
La muerte se hace presente en la escena y dirige los
movimientos de Roxana. Ella danza pero el impulso que la mueve no lucha por librarla
de la hora que ha llegado, de un final que no le importa, que le es
indiferente. Con la misma apatía del principio, se entrega a la situación, como
si fuera un destino tejido hace tiempo por las parcas del Olimpo.
Qué: La muerte y la doncella
Quién: Idea y dirección: Laura Figueiras,
Carla Rímola.- Intérpretes: Roxana Galand, Milva Leonardi.- Vestuario: Mooo!,
Ester Caselli, Franco La Pietra.- Iluminación: Alfonsina Stivelman.- Espacio
escénico: Alicia Leloutre.- Diseño sonoro: Pablo Berenstein.- Música: Johan
Sebastian Bach, Franz Schubert.- Fotografía: Mariela Garcia, Claudio Villarreal.-
Dónde: La casona iluminada.- Corrientes 1979
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