jueves, 9 de abril de 2020

NUESTROS CUERPOS EN CUARENTENA


AUSENCIA DE PIEL
PH: Leticia Fernández Fontecha
Cada día nuestro cuerpo está en contacto con otros cuerpos. Desde el momento que nos despertamos hasta que nos dormimos el cuerpo recibe estímulos, sensaciones, percibe olores, temperaturas, sabores, texturas, en una mezcla de información que viene de otros cuerpos.
La primera experiencia del yo es corporal, nos dice Freud, el gran padre del psicoanálisis. Ese cuerpo que somos también se va construyendo como un todo organizado en el vínculo con un otro que necesariamente tiene que estar ahí para que el ser humano sobreviva. Si la experiencia sucede sin mayores traumas que los del propio desarrollo, será ese otro quien con sus manos y su propio cuerpo, irá tocando, uniendo, generando sensaciones de totalidad y ayudando a crear el mundo en el que vivimos.
El contacto físico con los demás, el movimiento y la expresión del cuerpo, son lo que nos hacen vivenciar la vida como una experiencia deseada. Podríamos pensar incluso que son lo que nos hace humanos. Sin la percepción de ese cuerpo y la imagen que introyecta, no hay percepción de un ser en el mundo, de estar y habitar esa compleja realidad que compartimos.
En este período obligado de cuarentena, donde un nuevo virus acecha, el contacto entre los cuerpos se ve limitado. El sentir de las pieles, los músculos, las respiraciones, el registro de la temperatura, los olores, los sabores, el peso, los apoyos, el movimiento, el sonido, el pulso. Lo que se percibe en el contacto físico entre las personas cuando circulamos por los diferentes espacios de nuestra cotidianeidad se ve repentinamente interrumpido, puesto en pausa, detenido. Se acabaron los cruces en la calle, en el subte, en el colectivo, compartir el espacio público, las plazas, los parques. Tenemos que salir lo mínimo e indispensable, cubrirnos la cara, mantenernos separados de los otros cuerpos, limitarnos a miradas fugaces y charlas en la distancia.  
¿Qué nos pasa entonces cuando no podemos tocarnos, cuando nuestros cuerpos tienen que permanecer aislados, distantes, lejos de este necesario intercambio?  ¿Qué pasa cuando no es posible el encuentro en vivo, no hay apretones de manos, besos, abrazos?  ¿Qué nos sucede internamente cuando no somos tocados, besados, estimulados desde estas múltiples sensaciones que se producen en contacto con los demás? ¿Y cómo afecta esto en nuestro psiquismo? ¿Habrá alguna memoria corporal de aquellos cuerpos constituyentes y alojadores, existirá una forma posible de dar corporeidad a la ausencia?
Estamos en un momento de pausa, tal vez de replanteamiento humano, frente a la posibilidad de repensarnos en nuestras prácticas, en las formas de vivir y organizarnos.
La naturaleza dijo basta. Basta de extraer sin medida ni cuidado, basta del egoísmo consumista de un sistema individualista que solo piensa en apoderarse de todo sin mirar al de al lado, a los demás seres vivos que habitan el planeta. Basta de depredar.  
Quizás también pueda ser un momento para observar cómo este aislamiento obligado por la pandemia nos pone frente a nuestras formas de habitar el mundo,  de percibir nuestra corporalidad, los deseos que surgen del cuerpo presente, sintiente, deseante, del cuerpo que añora y necesita de la relación con los demás para subsistir. Con los animales, que ahora salen a ocupar los espacios que dejamos, con el medio ambiente entero, que ahora respira un poco aliviado. Los demás son ese vínculo que llega de la mano solidaria que alimenta, cura, aloja, abraza. Las manos de los otros, las manos de la red hecha de todos los cuerpos que somos.
¿Estamos frente a un cambio de paradigma?