El Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), dirigido por Diana Theocharidis, estrenó #C1bor6, el nuevo espectáculo interdisciplinario de la bailarina y performer Florencia Gleizer, una comunión entre la danza y la tecnología concebida junto al colectivo de iluminación Fluxlian, que cuenta con el diseño sonoro de Rodrigo Gómez, los trajes electrónicos de Eliana Guzmán y una videoinstalación de Laila Meliz.
La performance propone una fusión de danza, luz y ciencia ficción como un “viaje entre las fronteras híbridas del mundo digital y el material que experimentamos a diario”, planteando que las personas están cada vez más cerca de la condición de cyborgs.
El espacio del CETC es un subsuelo dividido por arcos y columnas que permite disparar la imaginación a creaciones diversas, ideal para la experimentación. En este caso, el inicio es a través de un recorrido entre la instalación de luces y pantallas del colectivo lumínico Fluxian, quien trabaja con Gleizer hace tiempo. “Con Fluxlian nos conocemos hace como 25 años y tenemos códigos de trabajo muy afines, hemos hecho distintas cosas juntes, entonces es muy fácil el el ida y vuelta y es un modo de trabajo muy colectivo”, señala la directora.
La obra tiene dos momentos, uno más instalativo y otro más convencional a nivel escénico. En el primero, la gente puede circular libremente y ver unos videos en pantallas dispuestas en algunas zonas de la sala, atravesar luces colocadas en el espacio y observar a dos intérpretes ubicadas en unas esquinas, realizando pequeñas y eléctricas danzas. Todo en medio de una atmósfera humeante y oscurecida rfdpara resaltar los efectos de la iluminación.
Esta elección se hizo apoyada en lo que les proponía el espacio, "una arquitectura súper rica pero muy compleja, donde al principio te dan ganas de hacer realmente muchas cosas y luego ves que hay que ir sintetizando, entendiendo qué es visible y perceptible por el público, porque hay muchas cosas que son hermosas, pero que muy pocas personas iban a poder disfrutar, por los ángulos de visión", como expresa Gleizer.
En esa síntesis, que nombra la directora, se produce cierta interesante superposición de planos y espacios, aunque luego se entiende que las necesidades técnicas de los artefactos y cables hacen que la pieza deba desarrollarse de manera frontal, al estilo de la caja italiana. La centralidad de la ubicación inicial de las performers genera un espectador ideal, pues varias columnas ocultan la totalidad.
El espacio sumido en humo es atravesado por las luces en una oposición cromática azul-rojo. Las intérpretes aparecen sin ser vistas como tales. Una especie de núcleo oscuro del que salen haces de luz está ubicado en el centro de la escena. Parece un insecto, una instalación, o una sola persona. No se distingue en la oscuridad más que una imagen futurista que hace viajar por películas de ciencia ficción, pero luego se descubre que son dos intérpretes, vestidas como guerreras espaciales, ejecutando movimientos que se ven desarticulados y mecánicos.
Las danzas que realizan proponen una coreografía lumínica en una clara relación de la luz con el espacio-proyección. Ese diálogo entre la luz y el movimiento es parte de un proceso largo de investigación en el que fueron probando pequeñas performances y elementos lumínicos. "En este caso, la luz no viene a iluminar, viene también a bailar y a componer, a construir tanto como el movimiento", indica la directora contando que la propuesta la construyeron con Fluxian en conjunto desde el comienzo.
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